Solidaridad con Alvaro¡¡¡

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viernes, 12 de agosto de 2011

Los estudiantes chilenos encienden la llama de la protesta



“Que vivan los estudiantes,

Jardín de nuestra alegría,

Son aves que no se asustan

De animal ni policía” (Violeta Parra)

El Paro Nacional de la Educación chilena sacó, solo en Santiago, a más de 150.000 personas, estudiantes, profesores, padres y simpatizantes de su causa este 9 de agosto a las calles y plazas, después de cumplidos tres meses de movilizaciones a nivel de todo el país. Cansados los padres, los alumnos y los docentes, cansada la sociedad chilena de la tradición inveterada de pagar por estudiar, de pagar por estudiar mal, de pagar por estudiar para la ley sacrosanta del mercado, en definitiva, de ¿estudiar para qué? En este momento, la derecha en el poder intenta por todos los medios fraccionar el movimiento, ofreciendo “alternativas” a los estudiantes que deseen acabar el curso escolar, creando aulas improvisadas ó, como permite la ley, ofreciendo la posibilidad de que quien quiera se presente a exámenes finales. Esto, en medio de tomas multitudinarias de liceos y campus universitarios en muchas ciudades chilenas. Piñera, de viaje, desentendiéndose del problema que ha provocado su mayor baja en términos de popularidad (12 puntos).

Echemos un vistazo al origen del problema: en Chile, estudiar fue siempre un privilegio, con excepción del período de la Unidad Popular, donde se desarrolló la Escuela Nacional Unificada como planteamiento general educativo de ámbito revolucionario. Después del golpe de Pinochet, la educación chilena se transformó en una pieza más, en un bocado más para la política privatizadora del régimen, y se convirtió en elemento de segregación social. Así pues, quedaron instalados los liceos del barrio alto y los liceos populares, con clarísimas diferencias a nivel formativo e infraestructural. Las escuelas y liceos públicos y universidades quedaron en manos del régimen dictatorial. Algún chileno “ochentero” ¿se ha olvidado, acaso, de los directores designados de los liceos secundarios? ¿O de los rectores de uniforme en los planteles universitarios? ¿Qué tiempos, no? Parece que nada ha cambiado, y cuando hablo de que nada cambió, también estoy hablando de las diferentes generaciones de estudiantes concientes y movilizados, desde la dictadura, hasta esta extraña democracia chilena. Siempre, por destino y por designio, la educación superior estuvo vetada a las clases populares. Se estudiaba para completar la secundaria, agarrarse del “cartón” y salir a buscar trabajo como una persona alfabetizada.

La tradición combativa de los estudiantes chilenos casi no ha tenido horas bajas en todos estos años. El movimiento estudiantil enfrentó a la dictadura de Pinochet, sacrificó vidas de alumnos y alumnas revolucionarias, sembró de combatientes a la resistencia contra el régimen, y creó una manera de luchar única; esa tradición combativa se ha mantenido hasta nuestros días, pero tiene su origen incluso antes de la dictadura. ¿De dónde proviene esta forma de entender la lucha, entonces? Con el gobierno de la Unidad Popular los estudiantes fueron protagonistas activos de la vida política chilena, hubo una generación activistas formados, una saga de dirigentes que marcaron una impronta; el movimiento de los 80´ tiene su origen en ese punto. No es posible entender la tremenda lucha de los estudiantes contra la dictadura tomándose los liceos frente a la ola privatizadora de entonces (municipalizaciones), enfrentándose a la tortura y a la muerte, si no es a través del desarrollo de asambleas clandestinas de quinceañeros combatientes; no es posible entender la lucha de los estudiantes universitarios de entonces haciéndose con el poder local de los campus de las principales ciudades chilenas, si no es a través de las organizaciones revolucionarias que se formaron en las facultades. No es posible entender, pues, que miles de estudiantes de entonces pasaran a engrosar las filas de los partidos revolucionarios sin que fueran antes alumnos fogueados en las luchas callejeras y clandestinas, sin que fueran actores principales de las asambleas secundarias y universitarias, sin que fueran antes militantes orgánicos de las coordinadoras estudiantiles de entonces. Los luminosos rescoldos de la resistencia chilena frente al dictador, alimentaron a estas generaciones. Los grandes combates del Pedagógico de Santiago ya quedan para siempre en nuestra memoria.

Hay una tradición compartida, un relevo generacional expuesto en el combate cotidiano, más allá de las divergencias teóricas y organizativas, hay, pues, una intensidad en el hastío y una comprensión subversiva de estos chiquillos, en muchas de las ocasiones, como el de la imagen de un adolescente que, subido a lo alto de un “guanaco” (carro lanzaaguas) intenta taponar con sus manos el fuerte chorro de líquido y lejía. No hay miedo. Existe una forma de combatir que no pudo ser cortada, por más que lo intentaron. Es una generación igualmente de dirigentes formados en el legado revolucionario, más allá de las posiciones de las diferentes confederaciones de estudiantes, del Colegio de Profesores y de la legalidad del movimiento, están los estudiantes del ala revolucionaria que día tras día hacen recular a las fuerzas represivas, con grandes victorias cotidianas. Hay una organización paralela que no descansa, que incendia Santiago cada vez que son convocados. Existe un lineamiento claro respecto a sus demandas, es decir, no hay

ambigüedades respecto a cómo enfrentar el problema, con huelgas de hambre, con barricadas, con todas las formas de lucha de que disponen los estudiantes concientes y movilizados para conseguir sus presupuestos.

Desde la Revolución de los Pingüinos del 2006, el salto en la posición ideológica de los dirigentes de hoy es cualitativamente superior, insisto, en la organización paralela de la protesta, donde confluyen muchas organizaciones y colectivos, desde comunistas revolucionarios y sectores ácratas, tanto en la línea estudiantil como docente. Se ha conseguido un mínimo de disposición política y de consensos programáticos para llegar a este punto, de no doblegarse. Hablamos de tres meses de intensos combates, de exaltada represión (900 detenidos en la última protesta), de una huelga de hambre y de una organización que no se rompe. Veremos, pues, cómo acaba este movimiento. De lo que estamos seguros, es que para Chile, adormecido en sus bases obreras, entregado al modo de vida capitalista, el movimiento de estudiantes y profesores revolucionarios vino a ser la alarma del despertador para una sociedad que ya miraba para otro lado. Por ahora, está convocado para los próximos 24 y 25 de agosto un Paro Nacional de Trabajadores, al que ya ha confirmado su unión el movimiento estudiantil; que surja pues, de esta magnífica alianza, la base para los revolucionarios del presente y el futuro.

Waldo Waldellis




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